LA GENERACIÓN VIRTUAL

 LA GENERACION VIRTUAL

Mi sobrino Sebastian tiene cuatro años y ha ido a la escuela algunos meses y no tiene aún la noción de lo que es permanecer un día completo en un aula. Desde luego, cuando empezó el contagio del virus que paralizó todo aqui en New York, se acabaron sus viajes en autobus, sus breves recreos y su uniforme quedó olvidado en el ropero con  otras prendad que ya no le quedan.

El otro día fuí a visitarlo, lo encontré sentado a la mesa viendo algo en su tablet, lo saludé y le hice cariño como siempre, pero él me hizo señas de que guardara silencio y me dijo en voz muy baja “estoy en clases". Al cabo de un rato apagó la tablet, la guardó y se sentó en el sofá a jugar con sus cosas. Acababa de ser testigo del inicio de algo que aún no podía entender del todo pero me causó un enorme terror. 

Sebastian no es de hablar mucho, es ordenado con sus cosas y su tiempo y cuando está jugando con sus adminículos lo hace con la seriedad y la atención de un corredor de bolsa. Quiere mucho y hace preguntas difíciles y cuestiona incorrecciones de adultos.  y tengo la certeza de que no extraña la escuela que conoció poco.

En todo el mundo hay millones de niños que se preguntan ¿cuando volverán a la escuela? Millones que no han vuelto a ver a sus amigos  físicamente y así mismo no pudieron graduarse, no tuvieron una fiesta de promoción o una última fotografía junto a sus amigos. Y caigo en cuenta ahora, que chicos como Sebastian han asistido solo unos meses o, peor aún, quienes jamás han pisado una escuela.


Y ese fue el terror que se me anudó en la garganta cuando regresaba a casa, la naturalidad con que Sebastian tomaba su clase virtual en la tablet, se despidió de la maestra virtual y sus amigos virtuales, que la verdad, no sé si existan tan parcos y puntuales como Sebastian en alguna parte del mundo, que den por concluida la clase y apagen la tablet con la parsimonía que corresponde a algo que se ha practicado por siempre. Y se acabó el mundo, no hay algarabía en el pasillo, no hay un dulce en la puerta de la escuela, no hay camino de regreso con los amigos del barrio ni travesura esperando por ser cometida.


Sí, se acabó el mundo hace seis meses y ni nos dimos cuenta. Esta generación que no conoció la escuela, está tomando las cosas con calma, no extraña nada que no ha conocido porque eso ya es viejo, obsoleto, Absurdo. Tienen apenas cuatro o cinco años de edad y el mundo funciona así para ellos. Los que escribiamos en la pizarra y copiabamos en un cuaderno lo que el profesor decía somos los dinosaurios extinguiéndonos porque no pudimos mantener el paso del dinamismo de la evolución.


No quiero preguntarme cómo será el mañana, no creo que exista una respuesta para mi ni para muchos de ustedes que ya han pasado el medio siglo. La vida pasó volando y el mundo se rige por otras reglas, los que jugamos con el trompo, el bolero o la canica fuimos testigos o actores de guerras cruentas como Vietnam,  Corea, Cambodia, Afghanistan,  Irak. Somos hijos de hippies y mirábamos asombrados la televisión en blanco y negro. Usamos alguna vez el mimiografo y la máquina de escribir, le cambiamos la aguja al tocadiscos, pateamos pelota en la calle y echamos a perder el mundo con nuestro egoismo e irresponsabilidad.


Sebastian seguramente, verá mi funeral por internet, porque ahora ya no  se llora en cuerpo presente. Todo es virtual, hasta la visitas. El camino de regreso a casa dura una eternidad, en la calle veo a una joven madre con dos niños, es probable que sea una millenial, los chicos llevan la mirada en la tablet, cada quien, indiferentes el uno del otro,  no miran los carros que pasan, ni las ventanas de los negocios que han reabierto y la madre lleva el brazo extendido donde sostiene el telefono a la altura de los ojos, teniendo un facetime entre New York y Bangladesh con una prima  que no conoce.

Game over.


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