CRÓNICA DESDE EL INFIERNO: LOS 13 MUERTOS
“Yo ya no le tengo miedo a nada” dije cuando salí del bar Queirolo y me fui caminando por Jirón Quilca entre borrachos y perros callejeros que husmeaban en la basura. Estaba aturdido de tantos gritos y proclamas de absoluta egolatría, de memorias rebuscadas en recuerdos que la nostalgia había convertido en fábulas. Me levanté y salí tan de prisa que los amigos no pudieron percatarse.
En la calle se respiraba una brisa otoñal, era mayo y el pavimento brillaba como si acabara de llover. Caminé hasta la avenida Wilson y volteé hacia La Colmena, allí estaba el edificio Ferrand, con su característica arquitectura semicircular y algunas ventanas tapiadas con ladrillos y otras con cortinas de hule, se podían ver algunas lámparas encendidas en habitaciones que en otras épocas fueron opulentas oficinas de abogados convertidas ahora en tugurios.
En la esquina con La Colmena abordé una combi que iba a Comas y San Felipe, a media noche, la garúa empezó puntual, como un partido de fútbol. El vehículo pasó por la Plaza 2 de Mayo donde pude ver el viejo local de la Central General de Trabajadores del Perú, el gran sindicato obrero que en épocas pasadas había liderado jornadas históricas de lucha pero que ahora tenía el aspecto de un museo en renovación. En cuestión de minutos ya estábamos en la zona del mercado de Caquetá, entonces el conductor decide cambiar de rumbo, a nadie pareció importarle, tan solo a mi, pregunté al cobrador y me dijo que saldría por el mismo lugar a manera de consuelo.
No sé si en otras partes del mundo ocurra esto, pero en Perú y especialmente en Lima, no se respetan ni las rutas, ni los paraderos, ni las tarifas ni la cantidad de pasajeros que pueda llevar un vehículo. Si el pasajero lo desea puede viajar colgado de la puerta o la ventana. Más adelante en la carretera encontramos congestión y el conductor decidió abandonar el camino y entró por unas callecitas estrechas, hizo varios giros y atravesamos prácticamente por medio de salas y cocinas de familias que a esa hora aún miraban la televisión y a nadie le importó nada, ni a los vecinos de ese barrio.
Cuando regresamos a la autopista, le recordé al cobrador que mi paradero era Tres Postes, “está bien jefe” dijo el chico y siguió llamando gente cada vez que parábamos. Entonces recordé que hacía veintiséis años que no me bajaba allí, que la última vez que había caminado por allí a inicios de los 90s había sido perseguido por unos pandilleros que merodeaban el área. Al fin el cobrador anunció el paradero Tres Postes con bastante pompa y sonoridad, le di las gracias, bajé y él siguió llamando gente a San Felipe,volteé para verlo por última vez, se fué raudo, colgado del estribo de la combi, llamando gente. Yo me quedé allí solito, en medio de una noche limeña que empezaba a tornarse agria a medida que los viejos recuerdos iban despertando.
Habían algunas moto taxis esperando clientes, “son apenas tres calles” me dije. En realidad no quería llegar con las manos vacías a la casa de mi madre, quería, aunque fuera en el último tramo de la noche, algo que me dijera, no has salido en vano. Caminé por la Avenida Zinc hacia San Eulogio, pude reconocer algunas casas que ya estaban allí en los 90s y otras que definitivamente eran nuevas o habían sufrido una gran transformación, no sé si para bien o para mal. En la segunda cuadra me crucé con un grupo de chicas que estaban en la puerta de una casa, la puerta estaba abierta y se escuchaba una música alegre que bajaba por una escalera de mayólicas y una luz que parecía un batido de sabores se escurría por las paredes de cemento pulido. “Aqui venden cerveza” les pregunté. “Si amigo, sube” respondieron ellas alegres.
Subí, era un bar, había poca gente, la mayoría eran mujeres, las luces giraban al ritmo de la música y el encargado del bar parecía estar aburrido. Las jóvenes estaban de un lado del bar y del otro lado muchas mesas vacías y en una mesa del rincón más oscuro dos muchachos platicaban con una chica. Me acerqué al bar y pedí una cerveza. El encargado era un tipo de mediana edad, como de cuarenta años, me alegré que hubiese alguien que por lo menos pareciera tan mayor como yo. Me preguntó qué cerveza queria tomar, tenía varias marcas que yo no conocía, me decidí por una Cristal. El tipo abrió la botella, cogió un vaso y lo puso por sobre el pico. Le pagueé,cogií la botella con el vaso sobre el pico y crucé la pista de baile completamente vacía en busca del rincón más oscuro que pudiese encontrar, la luz strobe reflejó mi imagen lenta sobre las paredes decoradas con pedasos de espejos y guirnaldas que seguían girando al ritmo del despecho de cumbias norteñas.Encontré una mesa bajo la sombra a donde no llegaban los brazos del strobe que salían del lado del bar, pero si podía ver al grupo de chicas que se hablaban al oído unas a otras. Me senté, miré el teléfono, eran la una de la mañana. “En New York son las dos” pensé. Como si hubiese un otro ser dentro de mi avisando que ese ya no era mi mundo, que hacía mucho que mi vida se manejaba con otros referentes. Desde luego no le hice caso e hice lo que mejor sabía hacer, servirme un trago.
Al segundo trago se me acercó una de las chicas del grupo y me preguntó si podía sentarse conmigo en mi mesa. “Podemos platicar”dijo. “Desde luego” respondí. Era una chica de unos veintitres años, pelo negro y ojos chiquitos, llevaba puesto un traje azul pastel que apenas se acercaba a las rodillas y llevaba una carterita de color oscuro donde solo cabia un cellular. Me pidió que le invite un trago y yo pedí dos cervezas. Sin embargo ella quería tomar otra cosa, algo especial a lo cual asentí. Ella le hizo una señal al encargado del bar y el tipo vino corriendo con una botella que parecía remedio pero que él juró que era champagne y por eso me cobró tres veces más que una cerveza.
-¿Cómo te llamas? -pregunte.
-Grace - respondió ella y se volvió a jalar el diminuto vestido que yo hubiera podido asegurar que se lo había comprado cuando tenía diez años.
Después de eso hubo un silencio prolongado, “Grace” pense, en los años 80 había sido un nombre muy común en los bares y prostíbulos de Lima y resulta que tras casi tres décadas de ausencia venía a encontrarme con otra Grace.
-¿Eres de por aquí? Preguntó Grace. Yo pensé en mentir, pero luego caíen cuenta que ya estaba muy viejo para esas cosas, aunque tampoco podía decir la verdad.
-Soy del norte chico -respondí- De Huacho.
-¿Y qué haces por este barrio? Preguntó Grace.
-Estoy visitando a mi madre- Respondí satisfecho de no estar mintiendo del todo- Ella vive a dos cuadras de aquí, agregue.
La conversación fue tornándose más intensa y yo pedí más cerveza y ella pidió otra botella de ese champagne casero y yo volví a pagar fascinado de que me estuvieran estafando con tal que no tuviese que bebérmelo.
-¿Dónde trabajas? -pregunté ya entrado en confianza.
Y ella aún más en confianza respondió:
-Aquí, vengo tres o cuatro veces a la semana.
-¿Bailas? - Preguntó ella.
-Nooo -dije rotundamente- Eso sí que no.
-Es que a nosotras nos pagan por bailar -dijo Grace.
-A mi me pagan por no bailar -dije, y ella soltó una carcajada por primera vez.
En realidad, le explique que estaba de duelo por la muerte de un tío que había ocurrido la semana anterior y ella me consoló con una caricia en el brazo y por primera vez vi sus ojos tiernos que brillaban en la noche.
-Esto es un antro -dijo ella- a veces estamos aquí toda la noche y no pasa nada, solo borrachos sapos.
-Yo también soy un borracho sapo, -dije y ella soltó otra sonrisa.
-¿A qué te dedicas? -pregunto Grace.
-Soy escritor -dije casi por instinto y ella me miró con la expresión de quien acaba de escuchar una vil mentira.
-Te invito otro trago -dije y ella aceptó con cierta desconfianza.
Después que el mozo se retiró le mostré unas fotos de artículos que tenía en el teléfono y ella empezó a tratarme de usted.
El bar cerró casi a las tres y ella se ofreció acompañarme por el camino hacia la casa de mi madre. “Vivo por la Pascana” dijo.
Caminamos por la avenida Zinc hasta la avenida del Maestro y yo me ofrecí acompañarla hasta el paradero de la Avenida Tupac Amaru, hablando de cosas triviales, de música, de sueños.
-¿Qué signo eres? Preguntó Grace.
-Acuario -respondí de manera confidente.
-Yo también -dijo ella y sus ojos se llenaron de complicidad.
No sé en qué momento cometí el desatino de decir que yo no vivía en el Perú porque ella se apagó por completo y no volvió a decir casi nada. Quizá fue la certidumbre de que no volvería a verme nunca más. Grace abordó una combi y se fue al amanecer.
El domingo pasado desperté con la noticia de que 13 personas murieron durante una intervención policial en el bar donde conocí a Grace. Asfixiados por el horror de la culpa o el miedo, apelmazados por el fragor de una noche productiva en fracazos. Entonces me senté a recopilar, minuto a minuto cada detalle de aquella noche de mayo del 2019
Lo último que le escuché decir a Grace al despedirse fue “llevo una vida miserable llena de ilusiones”.
Angel F Garcia
New York, Agosto 26, 2020.
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