OXICODONE Y OXICOTINE DE FIESTA EN LA CIUDAD

OXICODONE Y OXICOTINE DE FIESTA EN LA CIUDAD

La mañana del 5 de junio del 2023 llegaron las primeras ráfagas de humo del incendio forestal de Canada a la ciudad de Nueva York pero nadie le dió importancia. Era otra noticia más del periodismo amarillento norteamericano que para esos dias cubría con cierto fervor la guerra en Ukrania, el proceso pecaminoso de Donald Trump y tapaba con gran pudor las estrepitosas caidas de Joe Biden.Ya había perdido la cuenta las veces que había visto al viejito en la lona.


Oxicodone llegó temprano a su cita, bajó del carro arrastrando su maleta y se dirigió a la recepción,  tampoco recordaba cuantas veces había hecho lo mismo, llegar, registrarse y quedarse por una semana conectado a una máquina que para cualquiera hubiese sido letal. Eso le causaba cierta risa porque le recordaba lo que una vez su madre le había vaticinado allá en Mazo: Tarde o temprano este muchacho se echará a perder. Y él sabía que este asunto del cancer no era más que una excusa para satisfacer sus adicciones reprimidas. Por eso nada le hacia nada, ni los venenos más letales ni los alucinójenos más potentes. Solo le causaban cierta risa y paz interior.  La vez que le apagaron el sistema inmunológico antes que le hicieran el transplante de células madre lo hicieron con una droga que causó un incendio interno, al punto que le iban metiendo cubos de hielo por la boca para mantenerlo frio, pero esa misma tarde consiguieron liberar, sin proponérselo, a sus peores demonios. Oxiconode ya no es el mismo desde entonces, mira todo lo que ve con absoluto desprecio.


El Memorial es un hospital al Este de Manhattan, un edificio enorme cumbre la enorme complejidad del cáncer, departamento por departamento, no creo que allí haga falta nada, el otro dia vi pasar a un cura católico seguido por cuatro monaguillos en procesión, venian de hablar con Dios después de interceder por un muerto, y el muerto siguió respirando en su habitación. Cuando la medicina no funciona sacan un haz de la manga. Oxicodone esperaba en la sala de recepción que llegara su escort y lo trasladara a su cuarto cuando vio llegar a una mujer jóven, redonda y negra como un disco de 45 revoluciones, traia dos mochilas, tres bolsas de supermercado y un galón de agua en la mano, bebió de él como si acabara de atravesar el desierto de Arizona. Traia puesta una chaqueta azul de la MTA y también un pantalón azul. Ella lo miró con cierta curiosidad y él no se persignó por no levantar sospechas, “bruja de mierdad” susurró Oxicodone y miró para otra parte mientras siguió esperando.

El estaba seguro que la mujer era yoruba y que había venido a bucar algo más que una cura al hospital. Ya en la habitación se sintió mucho más seguro, olfateó la ropa y algunos libros que había traído para matar el tiempo, se acostó en la cama completamente limpia y ordenada para él. Miró todos los controles y los probó tímidamente hasta llegar al que tenia una cruz roja, una voz cordial le dio la bienvenida y preguntó como podia ayudarlo. El ordenó su primera  dosis para el dolor de la noche. 

La enfermera apareció a los dos minutos ataviada de una serie de equipos médicos, jeringas hipodérmicas, algunas mantas para el frío y desde luego, una caja de pastillas con todo tipo de opioides para el dolor crónico. Era la misma rubia de siempre,  de mediana estatura, robusta de la cadera a los pies y unos ojos verdes compasivos que pasaban de ser inyectables a ungüentos que curaban sin reparo alguno. Oxicotine era su apodo, asi lo había decidido Oxicodone, porque ese le parecía el femenino más próximo a su propio apodo. Además era ella quien le suministraba los opioides con absoluto rigor médico. 

Mientras Oxicotine ordenaba sus pertrechos para la semana le habló de los incendios de Canada, 

-¿Entonces se van a complicar las cosas?

Preguntó él.

-Si  -dijo ella, -y le habló por primera vez de sus padres que aún vivían en la montañoza región de los Adirondack, a unas cinco horas de la ciudad.

-Pero aqui también ya estamos jodidos, ¿verdad? -Dijo él- Esta noche nos va a llevar el diablo.

- Si -dijo ella- afuera ya no se puede respirar.

-Tanto pelear contra el cáncer para venir a morirme de humo- dijo él y se partió de la risa en la cama.

-Por lo menos podemos morirnos juntos -dijo ella.

El se recompuso de la risa en la cama, pasaron por su mente cada momento de dolor cuando estuvo a punto de quebrarse la columna o la vez que la primera doctora le dijo "te quedan siente meses". Y le soltó un dardo de dolor al pecho que dejara por lo menos la certeza de que ella lo iba a extrañar en sus más íntimos silencios: La belleza es inmortal!

Ella estaba segura que ese latigazo sublime tenia como destino su corazón y empezó a extrañarlo tanto en ese preciso instante para asegurarse que Oxicodone no cometiera el desatino de morirse sin ella. 

Más tarde podríamos ir a otro piso y ver la ciudad desde allí. Dijo ella.

A las 2 de la mañana tomaron un elevador y llegaron al piso 64, la planta completa estaba en reconstrucción. Algunas láminas de cartón parecian volar de la terraza pero las luces de la ciudad se perdian del otro lado de la calle. Caminaron hacia el balcón de una de las oficinas y en efecto olía a humo  de campamento, a resina de árbol recién quemado. 

A esta altura todo duele más, dijo Oxicodone. Una brisa fria de atarraya venia del rio del Este y un aroma a cangrejo muerto subía entre los edificios que ya no albergaban a nadie a esa hora. Se sentaron en unas butacas de construcción apostadas en el balcón y  compartieron la última dosis del opioide que les quedaba para esta noche y para esta vida, el Multiple Myeloma se crispó en los huesos de Oxi como un animal de carroña que debe renunciar a su presa y afloró la baba de una felicidad pasajera,  una felicidad que por ser la última y durara tres minutos para Oxicodone tenia tenia la ilusión de ser eterna si le agregaban el condimento secreto de la muerte.

El mundo siguió dando vueltas y los edificios de Manhattan se unieron a esa estampida vacuna y una nube de polvo cubrió el rubor de sus cuerpos desnudos que ya habían empezado a tocarse en procesión.


Oxicotine, la más lúcida propuso: ¿Hacemos el amor?

Él le respondió con una sonrisa alucinada en el vértigo de ese viaje, como mirando un mar ficticio frente a sus ojos: "El amor ya está hecho querida Oxicotine, mejor nos lo comemos…"

Manhattan, Junio 7 del 2023.

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