HAS VISTO MI BLACKBERRY?
¿HAS VISTO MI BLACKBERRY?
Desperté
a media mañana con la sensación de haber escuchado sonar el teléfono. Me
levanté de la cama y fui hacia la sala, mi hijo estaba frente al televisor colgado
en la pared concentrado en un videojuego.
— ¿Has visto mi blackberry?
—pregunté.
—Hace quince años —respondió él sin quitar los ojos del televisor— en el apartamento frente a Lefrak city, estaba sobre la mesa
de noche, cuando sonó, rodó y cayó detrás del pupitre.
—Ah —dije—, será por eso que nunca
pude encontrarlo.
Fui
a la cocina por un café y me encontré
con una nota en la pared que decía "tienes que ver al doctor a las 3 de la
tarde"
Regresé
a la sala y pregunté:
— ¿Para qué tengo que ver al
doctor esta tarde?
—Para que te recuerde que
estás loco —respondió él sin mostrar
ningún afecto.
— ¿Y desde cuando estoy
loco? —insistí.
—Desde que te conozco —agregó mi hijo con una voz que apenas pude escuchar.
—Entonces no es nada serio —dije mientras me recostaba sobre su hombro para ver cómo
caían los zombis en el videojuego.
No
sé por qué mi memoria siempre volvía a esa mañana de diciembre del 2005, cuando
desperté con el insistente timbre del teléfono y no pude contestar.
— ¿De quién era la llamada? —pregunté después de un rato.
Mi
hijo puso pausa en el juego, dejó a un lado el control remoto y se estrujó los
dedos como un prestidigitador. No lo
había visto en años, quizá desde esa mañana de diciembre cuando sonó el
teléfono y se apareció en la puerta de mi habitación con un dinosaurio en la
mano, tendría apenas cinco años y el cabello alborotado y abundante.
—Era Jadranka —respondió al fin
— ¿Y qué quería? —dije.
—Dejó dicho que se iba a
matar —dijo mi hijo en
voz baja como si no quisiera hablar del tema
— ¿Y tú le creíste? —pregunté
ansioso.
—No —dijo él— pero sí se mató.
— ¿Cómo sabes eso? —Lo increpé— ¿encontraron el cuerpo?
—No, pero nunca más volvió
a llamar. —Respondió.
No
recuerdo qué pasó ayer. No recuerdo qué ha pasado desde ese día. Todas las
mañanas despierto con la misma sensación de haber escuchado el sonido del
teléfono y hago la misma pregunta. Eso me ha dicho mi hijo. Nunca me ha mostrado
el mensaje aduciendo que estoy loco y ya
no importa nada, que tan solo recuerdo cómo hacer el café y contar zombis en
la pantalla del televisor mientras él se divierte todo el día.
En
realidad la vida no parece ser tan complicada, lo poco que recuerdo es que desperté con la angustia de no haber
podido contestar el teléfono y que tengo que ver al doctor a las tres de la
tarde.
¿Y
tengo amigos? —pregunté cambiando de
tema.
—No, todos ya están
muertos. —respondió mi
hijo.
— ¿Todos? —insistí.
—Sí, todos — confirmó él moviendo la cabeza.
Quizá
era solo una excusa y se habrían hecho los muertos para no tener
que lidiar con un loco, pensé, conocía de sobra a mis amigos, lo perturbados,
narcisistas y ególatras que eran. No sé por qué de pronto tuve ese nítido
recuerdo de todos ellos aunque no pudiese recordar sus nombres ni sus rostros.
— ¿Y qué ha dicho de eso el
doctor?
—Que Jadranka tenía razón. —dijo él.
Jadranka, jadranka, pensé, ¿Cuándo fue la última
vez que la vi? Habría sido cuando tendríamos la mitad de los años que tengo
ahora y estaba obstinada con un sueño que había tenido aquella noche de
diciembre y prometió llamar para contarme los detalles. Algo muy malo va a
pasar, dijo, lo sabrás cuando contestes el teléfono.
Me
puse de pie y caminé hacia la ventana, la calle estaba desierta y los árboles
parecían haber muerto después de aquella llamada telefónica, hace 15 años
atrás, aunque ya no estaban los enormes edificios de Lefrak City con nombres de
países del tercer mundo acomodados en zigzag.
— ¿Sabes por qué me volví
loco? —Pregunte después de un
rato cuando salí del marasmo en el que caía cada vez que recordaba a Jadranka.
—El doctor dice que naciste
así, con los ojos abiertos y hablando lisuras. —dijo mi hijo con una inusual sinceridad.
—Esos son chismes de viejas
de pueblo. —Repliqué— empezando por la loca Isolina que se paseaba calata por el
huerto hablando con las gallinas.
—Todos cuentan lo mismo
allá en Mazo y hasta la Sagitario que también está loca lo sabe —comentó mi hijo.
—En Mazo no había muchos
locos, que yo recuerde —dije
haciendo un esfuerzo por traer a la mente a la gente del pueblo donde nací.
—Es cierto —dijo
mi hijo mientras tomaba el control remoto— lo único que recuerdas es como preparar el café, y eso es
algo muy raro. Y siguió matando zombis en el televisor—. Ah y cuantos zombis mato en cada juego.
En
el videojuego apareció una casa que me parecía conocida, tenía las paredes de
adobe pintadas de un color celeste casi imperceptible, una puerta de madera
untada en barniz o petróleo y una ventana por donde se filtraba una brisa
púrpura, como las tardes de otoño allá en Mazo, cuando llegaba el aroma de la
harina de pescado quemándose en las fábricas del puerto de Vegueta. Vi un árbol
de huarango del otro lado de la casa y un patio donde había un pozo de agua y
unas plantas de geranios sin flores.
— ¡Yo he estado en ese lugar! —exclame.
—Imposible —respondió mi hijo— tú no habrías podido llegar a este nivel.
—Me refiero a que esa era
mi casa de Mazo, ¿cómo es posible que este allí ahora? —dije.
—Hay que preguntarle al
doctor —respondió— él debe saber que efecto causan las cuarenta pastillas
que tomas cada día.
—¿Quiénes eran mis amigos? —pregunté después de un rato.
—Allí están —Dijo
y me señaló el librero.
Me
dio miedo acercarme, ¿estarían allí sus cuerpos o ya se habrían convertido en
polvo? Me puse de pie y caminé
sigilosamente hacia el librero. Era grande, alto y oscuro y estaba atiborrado
de libros viejos. Pasé un dedo sobre la madera y quedó una huella en alto
relieve.
— ¿Cuando uno se muere se
convierte en polvo? —Pregunté.
-—Si, eso dice la biblia —respondió mi hijo.
"Entonces
si están muertos" pensé. Me quedé observando la gruesa capa de polvo sobre
los libros.
El
hombre que estaba sentado en el sofá era grueso y de ojos tiernos, tenía el
cabello abundante y enredado como un loco de verdad y una sonrisa que yo había
soñado alguna vez. Se parece a alguien que yo conozco, le voy a preguntar si él
sabe a quién se parece.
—¿Tu recuerdas a Jadranka? —pregunté.
—No —dijo él con absoluta frialdad— solo sé lo que me contaste, que era una flaca de ojos
chiquitos y dientes de roedor.
El
recuerdo de Jadranka se había perdido en el fragor violento de una madrugada
cuando la encontré corriendo descalza por la playa, me dijo que la atormentaba
un sueño que no podía entender, se había visto vieja y sucia y la cabeza llena
de piojos enormes. “y tú estabas allí —dijo— amarrado a una silla, pidiendo que te
lean una carta que te había escrito Sagitario, que allí estaba escrito tu
destino. Te voy a llamar cuando despierte, dijo y siguió corriendo con
dirección al sol que a esa hora aun no amanecía.
— ¿Entonces ¿no volvió a
llamar? —Pregunté.
—Si, dejó el mensaje y
colgó —dijo mi hijo.
— ¿Qué mensaje? — pregunte.
—El que descifró el doctor
Rosenbaum —agregó el.
— ¿Quién es Rosenbaum?
—El doctor que tienes que
ver a las 3 de la tarde.
—Entonces vamos de una vez —dije
—No —dijo mi hijo tajante— al
doctor Rosenbaum no le gusta recibir pacientes en la mañana, dice que es de
mala suerte.
—Ese doctor está más loco
que yo —dije y me fui a la cocina a
intentar empezar todo de nuevo.
Preparé
café en medio de ese silencio abrumador
que iba devorando a toda prisa todo lo
que había ocurrido esa mañana.
— ¿Qué día es hoy? —Pregunté.
—3 de diciembre del 2020, —respondió mi
hijo— es
jueves, exactamente quince años de la llamada de Jadranka.
— ¿Has visto mi blackberry? —Pregunté.
Mi
hijo me miró fijamente a los ojos sin decir nada, miró su reloj y se puso de pie.
—Ya es hora de irnos —dijo después de acomodar mi camisa y ayudarme a sentarme en el sofá sin derramar el café.
— ¿Nos vamos de la casa?
Pregunté.
—Si —dijo él mientras me abrochaba la camisa— hemos estado huyendo por quince años.
— ¿De quién? —pregunté con absoluta resignación.
Mi
hijo otra vez volvió a mirarme a los ojos pero esta vez con la compasión de un
extraño.
—Del olvido —dijo.
Angel
Garcia N.
New
York, Diciembre 24, 2021
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