LA MALDITA HORA DEL OLVIDO
Había estado soñando el mismo sueño desde que compré un armario y lo puse en mi habitación, completamente vacío. De eso hacen dos semanas. Los gatos fueron los primeros en treparse en él y hacer maromas o dormir toda la tarde cuando el Sol se metía por la ventana con la furia de un incendio. Por las noches, mientras corroía el insomnio, lo miraba desde mi cama por horas sin decidir qué poner en él.
La
primera vez que soñé ese sueño estaba parado mirando por la ventana de una casa
antigua y enorme, desde afuera, sus paredes parecían estar pintadas con
alquitrán y decoradas con elefantitos amarrados en círculos interminables, no
había cortinas, tan solo unas sillas de madera sin pintar con asientos tejidos
en totora. Adentro estaban mis amigos, todos mis amigos y yo quería entrar a
avisar que estaban en peligro, que la casa se iba a incendiar. Ellos estaban
adentro bebiendo y riendo y yo quería gritar pero por alguna razón, que debe
ser el miedo o la angustia, estaba mudo. Tampoco recordaba sus nombres. Allí
estaba una mujer rubia y ojos claros que escribía largas historias, un tipo
bajo y algo gordo, de pelo cano y ojos vidriosos anotaba todo lo que estaba
ocurriendo con ademanes de periodista. Aquel hombre mayor, bajito, moreno y bien
hablador era el sastre. También una señora de pelo negro y ojos oscuros estaba
bailando, sus tacones altos repiqueteaban el piso y su traje largo barría las
huellas de su sensualidad. Tenía ganas de decirle "que bonito bailas"
pero no me escucharía. Lo pensé varias veces. En el suelo había una señora
gorda riendo a cantaros y un flaco con cara desencajada y ropa completamente
vieja, “ese es mi amigo” pensé, y me puse triste, habíamos ido juntos la
escuela y por las tardes robábamos frutas y cazábamos pájaros. Mi memoria
parecía intacta, tan solo había olvidado el nombre de las cosas. En un diván habían
dos hombres sentados cara a cara, mirándose a los ojos como si estuvieran
hablando de amor, eran poetas, de pronto se dieron un beso, el más gordo hizo
un gesto y soltó una carcajada, el otro se asustó, se tapó el rostro con la
manos y lloró desconsolado hasta que salió de otra habitación un hombre de
mediana estatura con el pelo amarrado por una bandana de tenista y un cuchillo
de cocina en la mano. Todos se rieron de él.
Voy
a entrar, dije, pero en la puerta había una señora con cara de perro y atuendos
de mala clase.
—No puedes entrar allí, -dijo
y se cruzó de brazos como un gendarme.
—Pero la casa se va a
quemar, —repliqué.
—Ya es demasiado tarde, —dijo la señora y
empezó a reír como si realmente no le importara nada.
Volví
a la ventana y vi a mis amigos más felices que nunca, “mírenme”, pensé, pero
nadie me miró. Alguien estaba cantando, era una mujer joven de ojos negros, movía
las manos como si estuviera declamando. La señora rubia cogió unos papeles en
blanco y dijo "voy a escribir una novela"
“Noooo,
—pensé yo—, no hay tiempo, deja eso”. No me hizo caso, ni siquiera se
enteró que yo estaba allí tratando de advertirles que la casa estaba a punto de
quemarse.
Busqué
entre mis cosas una revista que yo les había mostrado hacía tiempo, donde decía
que todos estábamos en peligro. Busqué entre todas mis cosas y nada.
Regresé
donde la señora con cara de perro y le pregunté si había tomado mi revista.
—No, —dijo ella—, tú mismo la escondiste
para que no la vieran tus amigos.
—No es cierto —dije—. No es cierto.
No
podía ser cierto, eran mis amigos, yo no podía haberles hecho eso.
— ¿Entonces qué voy a hacer?,
pregunté.
—Míralos bien, —dijo ella—, no notas nada extraño?
—Están felices, —dije.
—Cierto, —dijo ella—. Pero hay algo más.
—Que parece que ya no me
recuerdan. —respondí
derrotado
—Si, —dijo ella—, ya no te recuerdan porque están muertos.
Volví
a la ventana y me puse triste.
— ¿Y de qué murieron? —pregunté angustiado,
—De lo que decía la
revista, —dijo la señora con cara de
perro y luego guardó silencio.
Creo
que lo hizo a propósito porque yo estaba a punto de recordar lo que decía la
revista, pero esta maldita memoria me había traicionado.
Toqué
el vidrio con el puño, estaba frio, “¿no me escuchan?” susurré casi en
silencio.
”Mírenme,
estoy aquí”, volví a gritar, pero ellos siguieron riendo y bailando. Tuve ganas
de decirles “los quiero tanto”, si tan solo pudieran escucharme dejarían de morir
o mejor aún, volverían a la vida
La señora bailarina dio varias vueltas y pasó
cerca de la ventana, luego se detuvo frente a un espejo y notó que estaba
gorda. Se cogió los rollos de la cintura y bailó con ellos un pedazo de
flamenco. La escritora dijo, voy a poner eso en mi novela, se reclinó en la
silla y al fin pude ver el fondo de la habitación, había un armario de madera,
completamente vacío. Aunque en uno de los andamios había una revista. Esa parecía
ser mi revista, la reconocí por el fino
lomo de color negro y sus letras doradas.
—Esa es mi revista. ¿Cómo
llegó hasta allá? —Grité
completamente desesperado— Tengo que entrar.
—No, —dijo la señora con cara de perro—. Tú vas a morir de otra cosa.
Desperté
abruptamente, el armario seguía allí, vacío, los gatos se habían ido a dormir a
otra parte. “¿Dónde puse la revista?” pensé como si todavía siguiera en el sueño. Busqué entre mis cosas
algo para romper la ventana de la casa del sueño, había solo papeles y
cuadernos con apuntes que guardaba desde la última vez que me mudé. Seguí
buscando como si quisiera recordar los nombres de mis amigos diez minutos después
de haber despertado. Pensé duramente porque de pronto ya no los recordaba. ¿Quiénes
son? No recuerdo quién estaba en la casa del sueño o quizá eran completos
desconocidos que la mente me había inventado. ¿Por qué uno siempre sueña con
desconocidos y cree que son sus amigos? Seguí buscando y casi al fondo de la caja encontré una
revista de febrero del 2014, la portada decía en La pandemia que nos espera, y
la foto de un niño con una máscara. Abrí la revista para ver si encontraba
algún indicio y en la segunda página había
una nota escrita a mano "amigo he decidido matarte…". Tomé la revista
y la nota con una mano y con la otra me tapé la nariz como si fuera a lanzarme
a una piscina, me tiré en la cama frente al armario vacío y volví al sueño.
Allí
estaba la señora con cara de perro esperándome.
—Qué significa esto, —la increpé. Por alguna razón yo tenía la certeza de que ella tenía
algo que ver con esa nota.
—La escribiste tú, —respondió ella.
Corrí
hacia la ventana pero esta vez la casa estaba vacía, tan solo había un cuchillo
de cocina sobre la mesa.
— ¿A dónde se fueron todos? —Pregunté.
—Se marcharon cuando
volviste a la vida —dijo ella— abrieron la revista y leyeron tu nota.
Un
profundo sentimiento de culpa se apoderó de mi mente, “en que momento pude
hacerlo, —pensé—, si tan solo fueron unos minutos que desperté para ir por la
revista”.
La
señora con cara de perro y aspecto de mala clase había envejecido algunos años
en esos minutos que desperté y fui por la revista. Sin embargo todo parecía más
viejo y más desolado que nunca.
— ¿Entonces ya lo saben? —Pregunté.
—Si —dijo ella— dejaron dicho que te
perdonaban.
Angel
García-Núñez
New
York Junio 2021
Comentarios
Publicar un comentario