MARIHUANA RECREATIVA: LA GUERRA TOTAL CONTRA EL PUEBLO


Justo cuando creíamos estar ganando la última batalla contra la pandemia y una luz certera iluminaba lejana pero nítida en nuestro horizonte, aparece de la  nada esta fisura infranqueable ante nosotros: La marihuana recreativa.

Si, hemos aprendido a sobrevivir a una de las peores bestias bíblicas, un virus de dimensiones extraterrestres y proporciones catastróficas. Una pandemia que ha puesto al descubierto lo peor y lo mejor de cada quien, porque a final de cuentas nunca hemos llegado a ponernos de acuerdo en protocolos o medicinas con qué afrontarlo y por último, entre víctimas y sobrevivientes, hemos tenido que sufrirlo y llorarlo a solas, porque, en conclusión, lo único que parece ser común y cierto en esto es que el covid 19 es el virus de la soledad.

Esa es una de las peores cosas que hemos aprendido, quizá una amargura que nos va a perseguir por el resto de vida que nos queda, esa agonía sonámbula que nos torturó en el sopor de esas noches de soledad sin despedidas ni abrazos, esa incertidumbre pulmonar regateando oxígeno a una máquina o en el sincretismo de alguna fe adorable que el destino blasfema (Cesar Vallejo) de una hierba santa con la cual ganar la batalla. Todos tenemos algo que contar, hasta los muertos. Y precisamente ahora, cuando moros y cristianos estamos gozando de nuestros quince minutos de fama, cuando haber derrotado al virus implica ostentar algo de heroísmo y protagonismo, valoración y cierta superioridad, si, justo cuando la muerte que es la más justa entre los justos dictaminó, estos se quedan y estos se van y las vacunas están preparando el terreno del armisticio del virus nos vienen con esto de la marihuana recreativa.

Si, Gabriel García Márquez tenía razón, y no es que quiera ser grosero pero “el día que la mierda tenga algún valor los pobres va a nacer sin culo”. Con qué derecho nos quieren arruinar el poco futuro y las ralas oportunidades que tenemos en esta sociedad iluminada por lo más escaso y efímero que es el dinero. Los sobrevivientes y la generación pos pandemia estamos apenas evaluando nuestras estrategias a futuro, estamos recién, por cuenta propia, entendiendo y tratando de asumir nuestros traumas. Aún no hemos vuelto al trabajo de manera formal y permanente, estamos reeducando nuestras conductas, aún seguimos llorando a nuestros muertos. Aparte de todas las dificultades y desafíos que implica vivir y mantenerse de pie, mantener el rebano (la familia) unido, proveer lo necesario y hacerle frente a la propaganda demoledora y desleal del sistema, tendremos que hacerle frente a este escollo, por llamarlo de alguna manera. Tengo en la mente la imagen del naufragio de un pequeño barco al cual se le tira una enorme piedra de manera visceral.

Yo no logro entender cómo es que un grupo de políticos, motivados no sé por qué iniciativa, promueven una ley que legaliza la marihuana como un producto recreativo y argumenten que beneficiará a los menos favorecidos, es decir, a los pobres. No soy ajeno a la realidad de New York, puedo jactarme en decir que lo conozco tanto o mejor que estos políticos en cuestión por eso puedo cuestionar con bastante indignación esta ley que atenta contra la seguridad no solo de los pobres, sino de todo el pueblo.

No tengo nada en contra de la marihuana como sustancia controlada, se habla de innumerables beneficios medicinales, famosos y no tan famosos la han usado y uno de mis músicos favoritos, Peter Tosh (Wiston Hubert McIntosh) miembro de la legendaria banda The Wailers al lado de Bunny Wailers y Bob Marely, canta un tema que aboga por su legalización: Legalize it. Pero una cosa es cantar un tema en una Isla del caribe en el ardor de una situación colonial, religiosa y en la efervescencia hippie a  de los años 70 y otra, legalizarla en las postrimerías de una pandemia que ha puesto en evidencia lo más abyecto de este sistema económico disfuncional.

New York es el estado más cosmopolita del mundo, en él se gesta el experimento étnico que va a definir el perfil del mundo nuevo, multicultural,  ancho y ajeno como decía Ciro Alegría, pero sus dolencias, llevadas con estoicismo por aquel que asume el reto de ser de aquí, también son anchas, también son profundas como los ríos de Arguedas. Eso marca las diferencias entre la opulencia y la precariedad y el virus ha sido certero en elegir a sus víctimas. En los suburbios de la pobreza neoyorquina donde se respira un tercermundismo encarnizado la noción de recreación es vaga e ilusa, allí rara vez los jóvenes terminan la secundaria, pocos logran una educación superior de dos años, son más los que conocen la cárcel en la adolescencia antes de conocer al padre. Allí lo recreativo es la violencia, lo común las balas. Los niños se han enterado de Disney por la televisión y el único parque de agua que llegarán a conocer hasta la juventud es el hidrante que abren en las calles los días de verano. Para ellos el gobierno del estado más cosmopolita del mundo ha aprobado la marihuana para uso recreativo. Ya no solo van a tener que luchar contra el reto de una educación que los prepara para el fracaso, en una desigualdad económica que los condena al fracaso, en un sistema de justicia que condena a más jóvenes a cadenas perpetuas con el estigma del record criminal que graduados de community colleges cada año.

El uso y abuso de sustancias controladas ha aumentado de manera exponencial solo comparable con el incremento de la fortuna de Jeff Bezos, el dueño de Amazon. La violencia familiar, el abuso de género, crímenes se han multiplicado tras el encierro de más de un año y la pandemia ha dejado secuelas de las cuales recién nos estamos enterando, sin mencionar las cifras abrumadoras del desempleo que no dejan de crecer porque hay trabajos de no van a volver jamás.

Y en el Congreso estatal del estado de New York hay representantes que no se les pudo ocurrir otra cosa como presentar un proyecto de ley como este. Peor aún, que exista mayoría que convierta este despropósito en ley. Pero el bacanal no termina allí, el gobernador caído en desgracia, acusado por más de diez mujeres de caso sexual, investigado por este y otros delitos como el ocultar información real sobre muertes por covid en hospicios para beneficiar su gestión, tiene la desfachatez de darle luz verde y promulgarla. Me pregunto si el gobernador Andrew Cuomo, culpable o inocente, está en la capacidad moral para pasar una ley que definirá a futuro la realidad urbana de New York.

Angel García Núñez

New York, abril 01, 2021.


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