FAREWELL A UN TIRANO
FAREWELL A UN TIRANO
Esta
será una noche larga, los minutos pasarán lentos como si un reloj de arena
midiera el tiempo y la ansiedad en los ojos de la multitud despierta y de pie, brillará
queriendo alcanzar la orilla de la luz de la mañana. Al fin el sol descubrirá el
rigor de sus impecables uniformes, la solemnidad de sus pertrechos de guerra y
el silencio fúnebre de sus armas recién afinadas. Las calles, los monumentos,
los edificios, las personas lucirán como el escenario de una república recién fundada,
y el aire frio y frágil tendrá sabor a independencia apenas conquistada.
Veinticinco
mil soldados custodian Washington, el distrito de Columbia, más las millas de
alambres de púas y rejas de acero y barreras de concreto armado con el propósito
de proteger la democracia de los Estados Unidos de Norte América de una amenaza
contundente. El número de efectivos de
la Guardia Nacional deja la impresión de estar en guerra con un enemigo muy
poderoso, un enemigo que parece tener ventaja en muchos aspectos, por ello, la
portentosa democracia de EE.UU. se ha atrincherado en una zona relativamente pequeña,
ha construido barricadas y convocado a todas sus tropas para dar la ultima
batalla. Repito, esa es la impresión que deja este escenario.
El
6 de enero de este año fuimos testigos de un evento más que brutal, extraño,
confuso, disparatado, como sacado de esas películas de los museos de Historia Natural, donde se
mezclan personajes y tiempos. Aquel día pudimos ver personajes salidos de la
Guerra de Secesión portando banderas confederadas a la par de banderas de La Unión
irrumpir con fuerza brutal en las instalaciones del Capitolio, justo cuando los
legisladores del país se disponían a
ratificar el resultado de las elecciones presidenciales del pasado mes de
noviembre. La multitud enardecida estaba compuesta por secesionistas y
confederados, hombres y mujeres que no sé si sabrán de historia pero que sí han
copiado el mensaje de alarma de su líder, entonados por la extensión de un
slogan y convencidos por la facilidad de una mentira contada muchas veces. Ropa
de trabajador obrero, gorra roja y bandera americana o confederada, ese es el
militante llamado Patriota. Querían colgar, ahorcar al vicepresidente, acabar
con la representatividad del Congreso, instaurar un nuevo gobierno. Para ellos
la guerra había sido declarada y estaban dispuestos a matar si era necesario.
La
interrogante que surge después de estos hechos es ineludible ¿Está los Estados
Unidos al borde de una guerra civil? La respuesta puede ser ambigua y quizá genere otras interrogantes aún más
complejas. Este país viene sufriendo de un problema social agudo al cual se le
ha querido maquillar década tras década, por un lado la comunidad blanca
relegada en zonas rurales o pobres han terminado por creer que la base de sus
problemas son aquellos que están del otro lado, es decir aquellos que son de
razas distintas, los inmigrantes o aquellos que han tenido éxito económico. En
las grandes urbes la comunidad de color lucha contra la brutalidad del sistema,
contra la pobreza endémica, la discriminación, la violencia de las armas en las
calles, el abuso policial. A esto le sumamos los millones de inmigrantes que
mueven los engranajes de la economía del país de manera anónima, un gran potencial económico
que discurre de manera no oficial, una masa enorme que también consume, que
tiene necesidad de vivienda, de salud, de educación. Es muy difícil concebir
equilibrio en una sociedad compuesta por estos elementos a no ser que existan
instituciones suficientemente estables y fuertes que garanticen la subsistencia
de La Unión.
Y
es precisamente eso lo que se ha roto o perdido el pasado 6 de enero, cuando la
turba patriota asaltó el Capitolio de los EEUU, motivados y respaldados por
quien en ese momento fungía de presidente del país. Es decir, se trató de un
intento de golpe del poder ejecutivo contra el poder legislativo, el cual no
tuvo éxito pero que sentó un mal precedente histórico el cual será imposible de
borrar, no solo porque hubieron muertos de por medio, sino porque se pisotearon
todos los principios que han mantenido de pie a este país y ha servido de
ejemplo para otras naciones.
En
la embriaguez de su discurso el presidente golpista habrá especulado que los
insurgentes enardecidos tomarían control del Capitolio, ejecutarían sumariamente
al vicepresidente, tal vez a líderes de
los partidos políticos y después de alguna proclama escrita a mano le entregarían
el poder absoluto del país. Pero la historia todavía no se iba a redactar de
esa manera, una vez entrados en las instalaciones del Congreso las consignas se
disiparon y el plan se dio contra la pared de la falta de previsión, no sabían que
más hacer una vez capturado el Capitolio, entones empezaron a realizar actos de
vandalismo y robo de objetos como suvenires de esa hazaña.
El
discurso frente a la Casa Blanca había sido tiránico, propio de un sátrapa alimentando
la furia de sus masas, el mensaje era claro, luchar, pelear con valor,
entregarlo todo. La tiranía le duró poco, por la tarde y después de una
refriega desigual, los insurgentes se retiraron casi en paz, no sin haber
dejado huella de todos sus delitos.
A
esta hora, el presidente debe estar pensando por qué puerta salir para que se
note menos su derrota. Hoy es 20 de enero, su mandato acaba esta mañana porque así
está escrito en la Constitución Política que rige este país.
Ángel
García Núñez.
New
York 20 de enero, 2021.
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