2020: EL AÑO DE LA PANDEMIA
Aunque el año 2020 comenzó en el mundo de
manera convulsionada, en New York el público frenético no estaba dispuesto a
dejar que nadie le arruinara la fiesta hasta bien entrado el mes de enero.
El martes 31 de diciembre estaba servido y en
la radio se escuchaban una y otra vez canciones
como Heartless o Blinding lights del canadiense The Weekend, Dance
Monkey de Tones and I, o Circles de Post Malone, mientras que en Times Square
un pedazo de pizza era vendido a precio de diamante, en aras de la libertad del
Mercado. La gente tiene el cinismo de no
indignarse, la voluntad de pagar el precio del momento, la embriagada sumisión de
callar ante el abuso, aunque la cancioncita que repetía la radio insistiera I’ve
never seen anybody do the things you do before…(nunca antes había visto a
alguien, hacer las cosas que haces tu) ¿Sería acaso un aviso de lo que nos
esperaba al día siguiente?
El miércoles primero de enero del 2020 los
titulares amanecieron manchados de sangre. The New York Times daba cuenta de
los ataques a la embajada de los Estados Unidos en Irak mientras que en Hong
Kong la policía reprimía con gases lacrimógenos a los manifestantes de La
marcha de año nuevo. En otros lugares como Australia los incendios forestales salían
de control y las inundaciones en Jakarta, Indonesia, causaban estragos, los
Talibanes se habían anotado esa mañana veintitrés
muertos en su haber. Aquella mañana también
amanecimos con la noticia de la muerte de Don Larsen, el legendario pitcher que
en 1956 lanzó el único juego perfecto de una post temporada jugando para los
Yankees de New York.
A primera hora, tomé mi equipo fotografió y abordé
un taxi rumbo a la playa de Coney Island en pleno invierno, debo mencionar que
hago esto todos los años, para ser parte de la tradicional celebración de año
nuevo de Los Osos Polares, el extravagante club que celebra el ritual se zambullirse
en las heladas aguas cada primero de enero a medio día.
Sentado en la arena de la playa de Coney
Island, entre las notas desafinadas de la fanfarria de miss Mermaid y su banda
de músicos, el inicio de este año me pareció
ficticio, lirico, rebuscado. En el tablado junto al Luna Park la gente bailaba música
de los años ochenta y los bares tradicionales repletos de turistas no daban
abasto para servir un trago o un plato de sea food. Los Osos polares se
lanzaron al agua a las 12 en punto y luego una turbamulta de aficionados y despabilados
visitantes endulzaron las frías aguas con sus encantos. Se había cumplido la tradición
una vez más, el 2020 ya se había ganado su sello de normalidad y solo quedaba
por parte de cada quien, asegurarse de cumplir o no sus resoluciones.
Me tomé varios coñacs y cuando se terminó seguí
con unas cervezas, debo confesar que Coney Island, específicamente en ese día
se convierte en una especie de competencia de conversación. La gente va a
platicar, a contar historias, a recordar el pasado, a compartir sus sueños, sus
preocupaciones. Una vez conocí a alguien que era nativo de Brooklyn, lo identifiqué
de inmediato por el acento, era un señor de unos ochenta años, de ojos perdidos
en la nostalgia, llevaba en un bolso muchos guantes y gorros para regalar y
hacer amigos. Tuvimos una plática
detallada de cómo habían pasado los huracanes en las últimas tres décadas, de
los negocios que habían ido desapareciendo con el tiempo, de la gente que iba y
venía, de lo novedoso que era ser un espectador entre tanto colorido. Y desde
luego de la posibilidad de mudarse a otro lugar con menos ruido: Fuhgeddaboudit.
Abordé un taxi de regreso a casa, exhausto
por el coñac y la extenuante plática a gritos, en el camino pude contemplar la
tranquilidad del cementerio Roosevelt, las casas calladas de Midwood, bajo los
rieles oxidados del tren F. el conductor del taxi, un sudanés conversador como
todo taxista newyorkino empezó a contarme su jornada nocturna. La vida parecía repetirse
a cada paso, eran los mismo percances de siempre, entonces yo le conté que venía
de una zambullida en las frías aguas de Coney Island y de bailar I will survive
en el tablado con diez señoras a la vez y que había platicado con la rubia más
bella del mundo hasta que vino el novio y pago otro trago para que yo siguiera
entreteniendo a la mujer, mientras él platicaba con un grupo de jóvenes que habían
estado entre los cortesanos de Miss Mermaid. Fue entonces que empecé a
sospechar de ambos y me fui con la excusa de buscar otro coñac.
Enero es un flash, le dije al taxista, uno no
tiene tiempo para nada. Los días se van en organizar las resoluciones y en
priorizar las de mayor importancia. Y cuando uno acuerda ya estamos en marzo
viendo florecer la primavera. El indiscreto taxista no dejó de preguntar por
mis resoluciones. Pienso viajar al extranjero dos veces y voy a registrarme para
estudiar algún curso, dije. El hombre me miró por el espejo retrovisor con
cierta angustia en los ojos que yo entendí o malentendí con la imposibilidad
para viajar de muchos refugiados. Este será un año como cualquier otro, dije a
manera de consuelo. Me equivoqué.
Angel García Núñez.
New York, Diciembre 31, 2020
Comentarios
Publicar un comentario