LA CARTA A LOS KLOAKA (por Julio Leon G.)
Era un bar, o, mejor dicho, era un ex
restaurante de comida china que los peruanos llamamos chifa y que entonces, en sus restos mobiliarios y
decorativos, todavía brillaba el antiguo esplendor de un pasado que se hundía, inevitable,
en la decadencia y el olvido. Se llamaba Wony y estaba en la calle Belén, casi
frente a la Plaza San Martín y al lado del aristocrático Club Nacional que en
el año 1982 todavía conservaba cierta prestancia colonial. Ahí estaba el Wony,
evitando su final e invadido de provincianos que lo habían convertido en el
centro de reunión de los diletantes e intelectuales limeños de la época.
Para servir los diversos caprichos de los
parroquianos también estaban sus dueños, los inmigrantes chinos Juan y María
con sus hijos, quienes para variar también eran Juan y María, aunque más
conocidos como el chinito y la chinita; esta última, espléndida y lejana en su
belleza oriental, se acercaba y se alejaba a las mesas de todos los que vivíamos
enamorados de ella, porque los que éramos jóvenes en aquellos turbulentos y
definitivos días no la podíamos resistir.
A este bar llegaron los Kloaka como un
huracán cuando aún no eran Kloaka. Llegaba Roger Santiváñez con sus espejuelos
modelo Quevedo y su porte intelectual, acompañado de la poeta Dalmacia
Ruiz-Rosas, su compañera, como se decía entonces; así entraba al Wony Roger, siempre
vital y también, por supuesto, siempre en poesía. Y a estas mesas del bar
llegaban todos ellos, porque en ese bohemio lugar se fundó el Movimiento Kloaka
para prometer la anarquía y una vida ofrendada al arte. Luego vendrían las
reuniones catárticas en la casa del Rímac y los atrevidos recitales en los que
insistían en portarse mal y con los que pretendían provocar y mostrar su
rechazo hacia el establishment. Vendrían
también los manifiestos y las entrevistas, los amores y los pleitos, las
expulsiones y los partes. Así anduvo Kloaka con sus ímpetus de disidencia, de
anarquía y burla contra un sistema con el que tenían un profundo desacuerdo por
un tiempo de un poco más de dos años, hasta agosto de 1984, cuando los vientos
de la separación y la disolución fue inevitable.
Ya se sabe que ser diferente siempre
tiene su costo y que los que se atreven a serlo deben estar dispuestos a
pagarlo. A ellos, al parecer, todavía no les perdonan su pasado rebelde, pues
hace algunos años, cuando trataron de recordar su treinta aniversario, a pesar
del tiempo transcurrido, los desesperados gritos de los inquisidores se
volvieron a levantar para recordarles su pecado original logrando bloquear las
celebraciones oficiales.
Sin embargo, su escritura y su creación
sigue vivita y coleando. Más de treinta años después, sus once integrantes,
aceptaron responder algunas preguntas que les formulé y el resultado es este
libro que recoge sus respuestas y un breve estudio sobre su poética. En sus
palabras encontrarán lo que ellos piensan de aquellos años que vivieron juntos.
Aquí están, como diría Darío, algunos de
estos “raros”. Aquí están esta noche, por azar y coincidencia de sus destinos
algunos de los que construyeron el Movimiento Kloaka. Aquí están para
mostrarnos su producción y su obra, y ojalá para confirmar que siguen
cometiendo el delito de ser diferentes. Disfrútenlos.
Julio León
New York, verano del 2019
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