El Resentido

El Resentido
Hay gente que dice que soy un resentido, que por eso no vuelvo al Perú. Y tienen toda la razón, soy un resentido.
Cuando salí de allá había percibido que era poco o nada lo que se podía hacer que no fuera llenarse los bolsillos con dinero mal habido o morir en la extrema pobreza. Y todos aquellos que también se fueron antes o despues me dan la razón. Sin embargo, quienes se quedaron a sobrevivir la ignominia de un país moralmente quebrado, cayeron en el engaño de la tolerancia, de la complicidad, del conformisno. Aquellos, allá, creen vivir vidas decentes, porque muchos optaron por cerrar los ojos y caminar por el fango, muchos se treparon al coche de la renovación y el progreso o crecimiento que no es otra cosa que una falacia estadística, otros que solo miraron sus proyectos personales y los blindó el egoismo y la indiferencia y otros, simplemente sucumbieron a la corrupcion. Pero la indiferencia no exime a nadie, ni al más pulcro ni al más idiota, todos tenemos culpa.
Mis contemporaneos viven bién porque tuvimos la suerte de crecer en un momento donde los conflictos sociales requerían esa capacidad de entendimiento y raciocinio ausentes el dia de hoy. Por eso muchos se hicieron de títulos a nombre de la nación y supieron usufructuar los beneficios de una sociedad que se desintegraba e iba en picada. La culpa está en que no hicieron nada por salvarla. Repito, se hicieron de títulos y nombres y dejaron sus conciencias olvidadas en el armario.
Volviendo al tema del resentimiento, de lo mucho que vi, vivi y sufrí en el Perú, tengo por lo menos dos episodios que no me dejan vivir, el primero el recuerdo de un niño que abordó el autobus en el cual me dirigia a Cerro de Pasco, a las 5 de la mañana, se sentó a mi lado en el pasillo en silencio, “a dónde vas tan temprano”, pregunte. “a la escuela” respondio el niño. En su pueblo no habia escuela y para llegar a una, tenía que viajar hora y media porque los buses de esa hora además le hacían el favor de llevarlo gratis a cambio de ayudar a descargar los bultos en el paradero. Pero una vez llegaba a Cerro de Pasco tenía que esperar hora y media en la plazuela con temperaturas bajo cero hasta que la escuela abría.
El segundo recuerdo que tengo es de una visita a Huancayo, por la noche estaba cenando en un restaurant de la Plaza Constitución y un niño entró con una vasija de plástico, pensé que iba a pedirme dinero o cantar una canción, su voz apagada hacía inentendible lo que trataba de decir.  Al final entendí que quería que le regalara las sobras de mi comida.
Si, soy un resentido, cuando pienso en esos niños que ahora deben ser hombres, padres de otros niños que habrán nacido con la amargura congénita de no tener nada, mientras otros regalan lo que les pertenece.
Resentido con mi generación porque optaron por el confort de la idiferencia cuando les correspondía defender la patria que era ultrajada. Casi todos me respondieron en ese momento, “no es conveniente hacer nada ahora, hay que esperar”.
Hoy vi un video dónde un grupo de policías municipales maltratan a un vendedor ambulante, en un acto de violencia viciosa, lasciva, como si el abuso fuera un oficio. Y después de arrebatarle sus mercancias, dulces, caramelos, le hacen fotografías al escenario porque al parecer el morbo es la columna vertebral de esas políticas insanas.
Pero qué es lo que la sociedad dice al respecto? Bien, muchos de los comentarios justifican estos actos porque “está prohibido vender en las calles”.  “La ley es la ley”.
Como resentido, debería guardar silencio porque cualquera de mis alegatos podría ser desestimado, precisamente por resentido o porque “no vivo alli” que es el argumento más común entre mis contemporaneos. Sin embargo, tengo que decirlo, los jóvenes de hoy no tienen la culpa de vivir en una sociedad así, la culpa es nuestra por haberles heredado este desastre.
Angel F Garcia
New York, Febrero 1, 2018.

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