EL HOMBRE QUE NO TENIA MUERTE
HOMBRE QUE NO TENÍA MUERTE El otro día lo encontré tristísimo, sumergido en un marasmo fraguado en la soledad que había ido construyendo como una capa de coral en torno de sí. Sus amigos se habían ido muriendo en vertiginosa carrera acelerada por el tiempo y desde que empezó la pandemia, se iban en tandas de tres o cuatro al día. Lo conocí en Nueva York, a mediados de la última década del siglo pasado, en una escuela donde se aprendía el incierto oficio de poeta y escritor y la costumbre de bohemio por añadidura. Era un tipo bajo, recio, de negros crines, con la expresión de estar pensando siempre y el sol dibujado en la piel como si fuera de barro y se acabara de cocer a fuego lento en el desierto de Arizona. Era de un hablar pausado, como si fuera buscando excusas para no decir todo lo que sabía, sin embargo siempre encontraba una historia fantástica que contar y terminaba por embaucarnos, y nosotros por rodearlo como lo hacen los náufragos en torno a una radio. ...